martes, octubre 31, 2006

Severino Di Giovanni

El anarquista de las rosas rojas



Severino Di Giovanni (1901-1931) fue fusilado el 1º de febrero de 1931 por la dictadura de Uriburu. Tenía 29 años.
Considerado el “hombre más maligno que pisó tierra argentina”, se ocultó lo esencial de su personalidad: ser un representante de la violencia de abajo. De esos que la sociedad no tolera ni perdona. Creía en el derecho a matar al opresor aunque cayeran inocentes, y tenía un fundamento ideológico para sus actos. Llevó a cabo atentados con bombas y grandes asaltos en su raid revolucionario. Su foto ocupó la primera plana de los diarios y un comisario lo llamó un “Robin Hood moderno”.
Pero también era un hombre de ideas, un estudioso autodidacta, un escritor y periodista excepcional, un compañero solidario y un militante apasionado. Creía en el amor a rajatabla, en una sociedad más justa, en el respeto al individuo como tal. Y vivió un amor prohibido para la época.
El exilio americano
Nació en Chieti, Italia, el 17 de marzo de 1901. Estudió para maestro y, aunque no se recibió, ejerció hasta que el fascismo lo obligó al exilio. Mientras aprendía el oficio de tipógrafo y leía a Proudhon, Bakunin, Reclus, Kropotkin, Malatesta, Nietzsche y Stirner. En Italia, Mussolini imponía con sangre su autoridad. Miles de opositores eran muertos, encarcelados y expulsados. Muchos anarquistas recalaron en Argentina, entre ellos, Di Giovanni. Llegó a Buenos Aires en 1923 con su esposa Teresina y su hija Laura. Dos años más tarde nacieron sus otros hijos, Aurora e Ilvo.
Al principio, cultivaba y vendía flores. Más tarde consiguió trabajo como tipógrafo y se conectó con grupos antifascistas. Aprendió rápido el castellano y las crónicas de la época lo describían como un hombre de “rasgos bien conformados, rubio, tez ligeramente rosada, ojos color azul mar, de una luz intensa, casi febril...”.
En 1925, lo más selecto de la colectividad italiana en la Argentina, los “camisas negras” y las autoridades nacionales participaban de un evento en el Teatro Colón. Los anarquistas, al grito de asesinos, repudiaron a los representantes de Mussolini. Di Giovanni fue detenido por primera vez y el prontuario policial lo calificó de “terrible agitador anarquista”.
Fuerza movilizadora
El poder de los anarquistas movilizaba a miles de obreros, editaban periódicos que se vendían como pan caliente, tenían foros de debate y luchaban por los derechos laborales. Existían diversas corrientes. Por un lado, los que hacían el diario La Protesta, a cargo de López Arango y Abad de Santillán y la Fora (Federación Obrera Regional Argentina), que eran considerados el anarquismo oficial. Proponían la educación y la propaganda como medio de lucha. Por el otro, se encontraban los del periódico La Antorcha y los gremios autónomos de izquierda que, en cierta medida, avalaban el uso de la violencia política.
Además existían los “expropiadores”. Se dedicaban al robo y falsificación de dinero, porque consideraban que recuperaban parte del botín que la burguesía –elegantemente– le robaba a los obreros.
Y surgió Di Giovanni con su periódico Culmine, que propiciaba el anarquismo individual y la lucha “cara a cara” con el enemigo fascista. A través de Culmine, polemizó con los otros sectores, publicó sus poemas, se ocupó del tema de la emancipación femenina y de los compañeros caídos en la lucha o que estaban en prisión. Severino financiaba la revista con su trabajo, organizaba tertulias culturales y recibía el aporte de compañeros. Su lema era: “De la propaganda a los hechos”. Creía en las posibilidades del individuo para cambiar con su acción a la sociedad. Y lo puso en práctica. El mundo estaba conmocionado con la condena a muerte de Sacco y Vanzetti en Estados Unidos. Severino se sumó a la campaña por la liberación de los anarquistas.
El 16 de mayo de 1926, una bomba estalló frente a la embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires. Fue el primer atentado de varios que realizó contra objetivos norteamericanos. El gobierno radical de Alvear inició una feroz represión y detuvo a cientos de anarquistas italianos. Los datos los proporcionaba la embajada de Mussolini a la policía argentina, ya que tenían una fluida relación.
En ese tiempo conoció a Paulino y Alejandro Scarfó, a través de quienes entraría a la vida de Severino una adolescente que lo haría estremecer de amor con su ojos negros: América Scarfó.
En el marco de la lucha por Sacco y Vanzetti, el anarquismo protagonizó su última gran movilización de 100 mil personas, en agosto de 1927. Ese año Severino comenzó vestirse de negro. Usaba un sombrero de ala ancha y un pañuelo al cuello. No fumaba, no bebía, trabajaba incansablemente y comía cuando se acordaba. En la Navidad de ese año hubo por primera vez víctimas inocentes en un atentado perpetrado por él. La violencia lo encerró en una trampa de la que no podría escapar.
Las bombas anarquistas eran artefactos hechos de hierro, dinamita y gelignita. Se preparaban dentro de grandes valijas y se colocaban acostadas para su detonación. Carecían de precisión y eran muy poderosas.
El 23 de mayo de 1928 una explosión destruyó el nuevo edificio del consulado italiano en Buenos Aires. Los objetivos eran el embajador y el cónsul Capanni, pero cayeron más inocentes. Este hecho dividió al anarquismo vernáculo para siempre. Los sectores revolucionarios y extranjeros apoyaron a Severino. Pero los anarquistas de La Protesta lo acusaron de espía fascista y agente policial. Polemizó con Abad de Santillán y López Arango durante meses, y los ataques fueron cada vez más feroces y personalizados. En octubre de 1929, Severino les exigió una retractación. En una discusión con López Arango, lo mató.
Cuando pensaba marcharse a París con su amada y su familia, la detención de Alejandro Scarfó, en diciembre del ‘28, lo hizo posponer sus planes. Para conseguir dinero se conectó con el grupo de expropiadores de Miguel Ángel Roscigna, y cometieron varios asaltos. En ese tiempo escribió: “Vivir en monotonía las horas mohosas de lo adocenado, de los resignados, de los acomodados, de las conveniencias, no es vivir la vida, es solamente vegetar y transportar en forma ambulante una masa de carne y de huesos. A la vida es necesario brindarle la elevación exquisita del brazo y de la mente”.
Terminó la década del ‘20 siendo el hombre más buscado en el país. Con una vida y un amor clandestino, ejecutaba a los traidores, ponía bombas, escribía análisis políticos para revistas locales y medios extranjeros, leía, se preocupaba por su familia y se escabullía de la policía.
Severino inició 1930 con un plan de trabajo diseñado que denota un cambio en su actitud. En su nueva revista, Anarchia, todos los sectores anarquistas exponían sus ideas. Buscaba un acercamiento.
Hasta el golpe de estado sólo utilizó la violencia en la expropiación y liberación de presos. A partir del 6 de setiembre de 1930, reinició los atentados con bombas. Por fin tenía al enemigo fascista “cara a cara”, pero la sociedad aplaudió a los uniformados.
En enero de 1931 estallaron tres artefactos dinamiteros. La dictadura se sintió desafiada y afiló sus garras. En esos días, detuvieron a Mario Cortucci, hombre de Severino, quien sucumbió al nuevo invento de Leopoldo Lugones (h), la “picana”. Resistió 10 días la tortura y dio la dirección de Burzaco creyendo que sus compañeros se habían mudado.
Un juicio teatral
El jueves 29 de enero de 1931 Severino fue detenido al salir de una imprenta. Intentó escapar y lo persiguieron por las calles y techos de Buenos Aires. La policía disparó más de 100 veces. Severino, cinco.
En el tiroteo cayó muerta una niña y hubo heridos. Atrapado en un garaje, se disparó en el pecho. La herida era leve y lo atraparon con vida.
La sociedad se regocijó. Por fin había caído ese insolente revolucionario. La noticia salió en las primeras planas de todo el país. Uriburu ordenó un juicio rápido y al paredón. El teniente primero Franco fue su defensor.
Cuando reo y abogado se encontraron, Severino le aclaró que no iba a mentir. “Jugué y perdí. Como buen perdedor, pago con la vida”, le dijo. Impresionado, Franco dio pelea. En su alegato, planteó la incompetencia del tribunal militar para juzgar al detenido, apeló al principio humano contra la pena de muerte, estableció que Di Giovanni recurrió a la defensa propia, y que la bala que mató a la niña no era del reo. El tribunal enrojeció de furia con la defensa y Franco fue castigado. Tiempo después murió envenenado en una cena de camaradería.
Severino y Paulino Scarfó fueron salvajemente torturados antes de ser fusilados. Con tenazas de maderas les aplastaron la lengua, les retorcieron los testículos y los quemaron con cigarrillos, entre otros vejámenes.
Una muchedumbre se agolpó en las puertas de la prisión para escuchar las descargas. Otros tantos reclamaban su derecho a presenciar la ejecución. Algunos periodistas y encumbrados ciudadanos lo lograron. Como si fuera una función teatral, todos querían ver morir a Di Giovanni. Ocho descargas le perforaron el pecho. Cayó al suelo y le dieron el tiro de gracia.
Un aullido desgarró la madrugada. Eran lo presos despidiendo al compañero. En estricto secreto el cuerpo fue trasladado al cementerio de la Chacarita. Sin embargo, al día siguiente la tumba de Severino amaneció cubierta de flores rojas.
[b]UNO FUE UN SALUDO, LOS OTROS FUERON GRITOS[/b]“Estaré en posición viril y de fiereza, y no de rodillas” (Severino Di Giovanni)

La sociedad argentina de aquel entonces vivió el episodio intensa y mediáticamente. La clase media nacional (la misma que había adorado a Irigoyen y, en apenas unos años, lo derrocaba, incendiaba su casa y apoyaba al nuevo presidente/general) se dio cita masivamente en derredor al penal en el que los anarquistas fueron fusilados. Las crónicas de época de todos los periódicos, sin excepción, dan cuenta de aquel extraño “paseo” cuasi circense que algunos centenares de porteños hicieron hasta la vereda de la cárcel sólo para escuchar desde el otro lado de los muros los disparos que acabarían con la vida de esa persona de la que habían sentido hablar en muchas -muchísimas- ocasiones.
El espíritu convocante no era otro que el de asistir al morboso espectáculo del ajusticiamiento. Si bien nadie (salvo su defensor, los obreros que llenaron de rosas rojas su tumba y algunos compañeros anarquistas) objetó los fusilamientos, la clase media argentina nunca pudo resolver -entre tantos otros problemas más o menos importantes que jamás tuvo el coraje ni las ganas de resolver- qué “tipo” de persona fue Severino dentro de la historia de este país.Bandido
El fusilamiento se consumó, y durante décadas el debate sobre la esencia de Di Giovanni continuó. Intelectuales como Beatriz Sarlo o Ernesto Sábato suscribían a la idea del Severino bandolero bestial, entonces reseñaban antojadizamente al tipo frío y calculador a la hora de ejercer la violencia individualista y caprichosa. Aquella instancia de simplificación, teñida por más o menos ingredientes de romanticismo antilegalista (ese juego sincrético y amarrete) fue una manera fácil de acceder a un ansiado “resumen histórico lapidario” para sepultar rápidamente a un personaje mucho más complejo. Correr subjetivamente a Severino hacia el reino de los bandoleros carismáticos fue ubicarlo en un panteón en donde no jodiera más a nadie.Libertario
Ya en vida del anarquista, la prensa (¡hasta el periódico anarco-sindical “La Protesta”!) y la policía hacían circular el mote de ladrón romántico y asesino calculador para Di Giovanni, a quien se le adjudicaron decenas de atentados y episodios de violencia contra la propiedad y las personas que él nunca había cometido. Casi nadie (Osvaldo Bayer es casi la única excepción histórica a esta regla) se detuvo a mirar al militante, al hombre de ideas, al luchador libertario. Ni antes ni después de su fusilamiento.
Por eso es conveniente aprovechar esta fecha exacta para repasar con atención al Severino libertario, al hombre de las ideas, al tipo que no temió en ir personalmente hasta una imprenta a buscar los volúmenes de un compendio de escritos de Reclus (caramba: ¡un humanista pacifista!) que él mismo había mandado a imprimir. Allí lo celaron y allí lo apresaron: con una mano sobre su revolver y otra sobre Reclus.
Sin santificar a Di Giovanni, convendría profundizarlo sin miedos conformistas. Habría que tratar de derribar el demonio histórico que la imaginería oficial argentina ha construido en todos estos años. Y no solo eso; tampoco habría que dejar su nombre solo. No se puede pasar por alto a hombres y mujeres como Paulino, América y Alejandro Scarfó; a Juan Marquez, a José Romano, a Agostino Cremonessi, a Braulio Rojas a Artemio Pieretti; a los anarquistas de los puertos de Rosario, Buenos Aires e Ingeniero White. Todas esas personas que entendieron la militancia libertaria de esa manera. Necesitamos ver de cerca a esos personajes que hoy parecen lejanos gracias a la seductora presencia de una globalización tecnologizante, de un apagado sentido de la militancia.
Grito

El 23 de Agosto de 1927, segundos antes de que Bartolomeo Vanzetti fuera ejecutado en Charlestown (en el corazón mismo del imperio), se escucharon sus últimas palabras dichas con una tranquilidad tan glorificante como pasmosa: “Buenas noches señores, y que viva la anarquía”, dijo, saludando con paciencia altiva a un mundo que había asistido a su ejecución injusta; ejemplificante del nuevo orden mundial. Vanzetti sabía que la multitud estaba con él.
Cuatro años después Severino y Paulino acortaron esas palabras finales y -segundos antes de ser asesinados- simplemente gritaron con furia “¡Viva la anarquía!”. Hay aquí una diferencia notable a resaltar: aquellos dos no fueron saludos; aquellos fueron gritos. Los gritos de dos hombre de ideas que sabían que la multitud no estaba con ellos en aquellas dos madrugadas; pero tal vez intuían que la historia - tarde o temprano- habría de darles la razón. Por eso conservaron lo más noble de su carácter y gritaron su fe de aquella manera.

La noche del 2 de febrero de 1931 un Tribunal Militar decidió la suerte de Severino di Giovanni: seria fusilado esa madrugada en el patio de la vieja cárcel de la calle Las Heras. La sentencia se cumplió exactamente a las 4.45; ocho balazos terminaron con la vida de la figura mis renombrada del anarquismo de aquellos años. Pocas horas antes, di Giovanni fue encontrado culpable de la muerte de tres policías y varios asaltos cometidos en Buenos Aires. Al día siguiente, junto con la noticia de su muerte, los periódicos dieron algunos datos biográficos de di Giovanni. Se supo, por ejemplo, que había nacido en Chieti, cerca de Roma, en marzo de 1901. Había llegado a nuestro país a bordo del vapor "Sofía" en 1920 y era el responsable de la edición de "Culmine", un periódico anarquista que se distribuía en los alrededores de Buenos Aires. El fue además quien dirigió los asaltos al Hospital Rawson y a la empresa La Central, dos de los atracos más espectaculares y sangrientos de la década del 20. Su vida había estado signada por la violencia, como su muerte.

Tambien hay como una gran controversia historica acerca de la figura de Severino, se dice que fracciono a los anarquistas de la epoca, dicen que estan en prision fue aislado del resto de los anarquistas debido a que estos no lo consideraban tal, por ser excesivamente violento y que contradecia los principios anarquistas, no encontre mucha información al respecto, solo lo que sigue a continuación:

"En 1923, la división entre La Protesta y La Antorcha quedó consumada. Entre los "antorchistas" figuraban dos personalidades destacadas: el celebre dirigente de los metalúrgicos de Buenos Aires y secretario del Comité Pro-presos y perseguidos, Miguel Arcángel Roscigna, y el maestro de escuela Severino di Giovanni, secretario del Comité Antifascista italiano, sentimental e idealista, a quien la fuerza, brutal del Estado lo transformará en "el idealista de la violencia" [152]. Germán Boris había puesto en movimiento una maquinaria que para marchar no necesitaba nada más que se la engrasara. Hipólito Irigoyen, siguiendo la pauta de los anteriores presidentes conservadores de la Argentina, se encargó, con su metódica represión, y con sus encarcelamientos continuados, de untar la máquina para "