miércoles, mayo 30, 2012

Evolución, revolución, anarquismo y traición



La evolución es el movimiento infinito de cuanto existe, la transformación incesante del Universo
y de todas sus partes, desde los orígenes eternos y durante el infinito del tiempo. Las vías
lácteas que aparecen en los espacios sin límites, que se condensan y se disuelven durante
millones y millones de siglos, las estrellas, los astros que nacen, se agregan y mueren, nuestro
torbellino solar con su astro central, sus planetas y lunas, y, en los límites reducidos de nuestro
pequeño planeta, las montañas que surgen y desaparecen, los océanos que se forman para
luego agotarse, los ríos que fertilizan los valles y se secan como tenue rocío matutino, las
generaciones de plantas, de animales y de hombres que se suceden, y los millones de vidas
imperceptibles, desde el hombre hasta el mosquito, no son sino manifestaciones de la gran
evolución, que arrastra todo en su torbellino sin fin.
Comparativamente con este hecho primordial de la evolución y de la vida universal, ¿qué son
todos esos pequeños acontecimientos llamados revoluciones astronómicas, geológicas o
políticas? Vibraciones casi insensibles, apariencias podríamos decir. En la evolución universal
las revoluciones se suceden por millones y millones de miríadas, y por insignificantes que sean
forman parte de ese movimiento infinito.
La ciencia no establece ninguna diferencia entre las dos palabras -evolución y revolución-, cuyo
parecido es grande, no obstante ser empleadas en el lenguaje común en un sentido
completamente distinto de su significación primitiva.
Lejos de ver en ellas hechos de un mismo orden, que sólo difieren por la amplitud del
movimiento, los hombres tímidos, a quienes cualquier cambio llena de espanto, pretenden dar a
los dos términos una significación absolutamente opuesta. La Evolución, sinónimo de desarrollo
gradual, continuo en las ideas y las costumbres, es presentada como la antítesis de esta otra
horrorosa palabra, la Revolución, que implica cambios más o menos bruscos en los
acontecimientos. Con entusiasmo aparente o hasta sincero, hablan de la evolución y de los
progresos lentos que se efectúan en las células cerebrales, del secreto de las inteligencias y de
los corazones; pero no pueden consentir que se mencione siquiera la abominable revolución,
que se escapa súbitamente de los espíritus para hacer explosión en las calles, acompañada
casi siempre de gritos espantosos de multitud, ruidos y choques de armas.
Consignemos primero que es dar pruebas de ignorancia establecer entre la evolución y la
revolución un contraste de paz y de guerra, de calma y de violencia. Las revoluciones pueden
hacerse pacíficamente, por consecuencia de una modificación súbita del medio que provoque
un repentino cambio en los intereses; asimismo, las evoluciones pueden ser muy rudas,
mezcladas con guerras y persecuciones.
Si la palabra evolución es aceptada con entusiasmo por los mismos que miran con espanto a
los revolucionarios, es porque no se han dado cuenta de su valor, pues lo que la palabra
significa en sí no pueden admitirlo en modo alguno. Hablan del progreso en términos generales,
pero rechazan el progreso en particular. Ven la sociedad actual tal cual es, reconocen que es
mala pero que, sin embargo, debe conservarse porque en ella pueden realizar su ideal: riqueza,
poder, consideración, bienestar. Puesto que hay ricos y pobres, poderosos y sometidos, amos y
esclavos, Césares que ordenan el combate y gladiadores que van a morir en él, las gentes
listas no tienen más que ponerse del lado de los ricos y de los amos, hacerse cortesanos de los
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“Evolución, revolución y anarquismo” de Eliseo Reclus
Césares. Esta sociedad da pan, dinero, colocaciones, honores; y bien, que los hombres
ingeniosos se las arreglen de modo que puedan tomar la mayor cantidad posible de cuantos
presentes brinda el destino. Si la buena estrella al presidir su nacimiento les ha dispensado de
toda lucha dándoles por herencia lo necesario y lo superfluo, ¿de qué pueden quejarse?
Procuran convencerse de que todo el mundo está tan satisfecho como ellos: Para el ahíto todo
el mundo ha comido según su apetito. En cuanto al egoísta a quien la sociedad no ha dado
riqueza desde la cuna, y que por sí mismo está descontento con el estado de cosas, al menos
puede conquistar su empleo poniendo en juego la adulación o la intriga, por un feliz golpe de la
suerte o trabajando al servicio de los poderosos. ¿Qué será para estos seres la evolución
social? ¡Evolucionar hacia la fortuna es su única ambición! Lejos de buscar la justicia para
todos, les basta con conquistar el privilegio para sí mismos.
Existen, sin embargo, espíritus timoratos que creen honestamente en la evolución de las ideas,
que confían vagamente en una transformación correspondiente de las cosas, y que no obstante,
por un sentimiento de miedo instintivo, casi físico, quieren evitar, al menos durante su vida, toda
revolución.


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