miércoles, junio 06, 2012

Arte, poesía y anarquismo - Vladimir Mayakovsky


El 14 de abril de 1930, Vladimir Mayakovsky, reconocido entonces como el poeta más grande
de la Rusia moderna, cometió suicidio. No fue el único poeta ruso moderno que se quito la vida:
Yesenin y Bagritsky, hicieron lo mismo, y no eran poetas insignificantes. Pero Mayakovskyfué
en un sentido excepcional; fue la inspiración del movimiento revolucionario en la literatura rusa,
un hombre de gran inteligencia y de estilo inimitable. Las circunstancias que determinaron su
muerte son oscuras, pero él ha dejado un trozo de papel donde escribió este poema:

Como suele decirse / “el incidente queda terminado”. / La barca del amor / se destrozó contra
las costumbres. / Pague mis cuentas con la vida. / No hace falta enumerar / las ofensas mutuas,
los daños y las penas. / Adiós y buena suerte.





No hace falta enumerar. No hace falta detallar las circunstancias que llevaron a la muerte del
poeta. Hubo evidentemente un asunto de amor, pero, para sorpresa nuestra, hubo también las
costumbres, las convenciones sociales contra las cuales se destrozó esa barca de amor,

Mayakovsky fue en un sentido muy especial el poeta de la Revolución; él celebro su triunfo y
sus progresivas conquistas en versos que tenían toda la vitalidad y el apremio del
acontecimiento. Pero debía parecer de su propia mano, como cualquier mísero introvertido
subjetivista del capitalismo burgués. La Revolución no había creado evidentemente una
atmósfera de confianza intelectual y de libertad moral.

Podemos comprender la muerte de García Lorca, fucilado por los fascistas en Granada en
1936, y extraer de ella coraje y resolución. En fin de cuentas, un odio no disimulado contra los
poetas es preferible a la callosa indiferencia de nuestros propios gobernantes. En Inglaterra los
poetas no son considerados como individuos peligrosos, sino simplemente como gente que
pueda ser ignorada. Dadles un empleo en una oficina, y si no quieren trabajar dejadles que
mueran de hambre...

En Inglaterra como en Rusia, en Alemania como en América ocurre la misma cosa. De modo de
otro, el poeta es sofocado. Tal es el destino de la poesía en todo el mundo. Es el destino de la
poesía en nuestra civilización, y la muerte de Mayakovsky sólo prueba que en ese respecto la
nueva civilización de Rusia es simplemente la misma civilización disfrazada. No son los poetas
los únicos artistas que lo sufren; los músicos, los pintores y escultores están en la misma barca
del amor que se estrella contra las costumbres del Estado totalitario. La guerra y la revolución
no crearon nada para la cultura porque no crearon nada para la libertad. Pero es éste un modo
demasiado vago y grandilocuente para expresar una sencilla verdad. Lo que quiero decir
realmente es que para las civilizaciones doctrinarias que son impuestas en el mundo -
capitalistas, fascistas, marxistas- excluyen por su propia estructura los valores en los cuales y
por los cuales viven los poetas.

El capitalismo no combate en principio a la poesía; simplemente la trata con indiferencia,
ignorancia y crueldad inconsciente. Pero en Rusia, Italia, Alemania, como todavía en la España
fascista, no hubo ignorancia ni indiferencia y la crueldad fue una deliberada persecución que
llevo a la ejecución o al suicidio. Tanto como el fascismo como el marxismo tiene conciencia del
poder que tiene el poeta, y por que el poeta es poderoso, quieren usarlo para sus propios fines
políticos. La concepción del Estado totalitario implica la subordinación de todos sus elementos a
un control central y entre esos electos, los valores estéticos de la poesía y de las artes en
general no son los menos importantes.

Esta actitud hacia al arte se remota a Hegel, en que tienen una fuente común el marxismo y el
fascismo. En su afán de establecer la hegemonía del espíritu o de la Idea, Hegel encontró
necesario relegar al arte, como producto de la sensación, a una etapa histórica superada de la
evolución humana. El arte es considerado como una forma primitiva del pensamiento o como
una representación que ha sido gradualmente superada por el intelecto o la razón; y, por
consiguiente, en nuestra actual etapa de desarrollo debemos poner a un lado al arte, como aun
juguete desechado.

Hegel fue bastante justo en su estimación del arte; fue victima de los conceptos evolucionistas
de su tiempo, y aplica esos conceptos al espíritu humano, donde los mismos no operan. El
intelecto no se desarrolla mejorando o eliminando las sensaciones o los instintos primarios, sino
suprimiéndolos. Esos instintos y sensaciones quedan sumergidos pero clamantes, y el arte es
con mucho más necesario hoy que en la Edad de Piedra. En la Edad de Piedra fue un ejército
espontáneo de facultades innatas, como lo es todavía para los niños y los salvajes. Pero para el
hombre civilizado el arte ha llegado a ser algo mucho más serio: la liberación (generalmente
indirecta) de las represiones, una compensación por las abstracciones del intelecto. No
pretendo que esta sea la única función del arte: es asimismo, un medio necesario para adquirir
conocimientos de ciertos aspectos de la realidad.

Cuando Marx dio vueltas a Hegel de arriba abajo o de adentro afuera, acepto aquel esquema
evolucionista, es decir, admitió la relegación del arte de Hegel hacia la infancia de la
humanidad. Su dialéctica del materialismo es el trastrocamiento de la dialéctica del espíritu de
Hegel, pero puesto que el arte ya había sido eliminado del dominio del espíritu, fue dejado fuera
de la negación de ese dominio. Es verdad que hallaréis en las obras de Marx y de Engel,
algunas vagas y aun incomodas referencias del arte; es una de las superestructuras
ideológicas, de lo cual se a de dar razón mediante el análisis económico de la sociedad. Pero
no hay un reconocimiento del arte como un factor primario en la experiencia humana, del arte
como modo de conocimiento o como medio para aprender el sentido o la calidad de la vida.
De modo similar, ese desarrollo del pensamiento de Hegel, que acepto y afirmo su jerarquía del
espíritu y que puso en práctica su concepto de un Estado autoritario supremo, redujo
necesariamente al arte a un papel subordinado y servil. El fascismo ha hecho quizá algo peor:
ha insistido en una interpretación puramente racional y funcional del arte. El arte se convierte,
no ya en un modo de expresar la vida de la imaginación, sino en un medio para ilustrar los
conceptos de la inteligencia.

En este aspecto, el marxismo y el fascismo, los hijos pródigos y respetuosos de Hegel, se
encuentra nuevamente, y llegara a reconciliarse inevitablemente. No hay la menor diferencia, en
la intención, en el control y en el producto final, entre el arte de la Rusia marxista y el arte de
Alemania nazista. Es verdad que el uno es urgido a celebrar las realizaciones del Socialismo y
el otro a exaltar los ideales del nacionalismo; pero el método necesario es el mismo, un
realismo retórico, privado de inventiva, de imaginación deficiente, que renuncia a la sutileza y
exalta lo trivial.

No propongo repetir aquí los argumentos habituales contra el realismo socialista como tal. Sus
productos son tan pobres, de acuerdo con cualquier norma conocida en la historia del arte, que
tales argumentos son realmente innecesarios. Más importante es señalar la relación positiva
que existe entre el arte y la libertad individual.

Si consideramos a los más grandes artistas y poetas del mundo -y la cuestión de su grandeza
no interesa, lo que voy a decir es verdad, para todo poeta o pintor que haya sobrevivido la
prueba del tiempo- podemos observar en ellos un cierto desarrollo. Ciertamente, trazar ese
desarrollo en un poeta como Shakespeare, en un pintor como Ticiano o en un músico como
Beethoven, es hacer en parte una explicación de la permanente fascinación de sus obras.
Podemos correlacionar ese desarrollo con algunos incidentes de sus vidas o con circunstancias
propias de su tiempo. Pero el proceso esencial es el de una semilla que cae en un terreno fértil,
germina y crece y a su debido tiempo da sus frutos maduros. Ahora bien; tan cierto como que la
flor y el fruto están implícitos en la sola semilla, es que el genio del poeta o del pintor esta en el
interior del individuo. El suelo debe ser favorable, la planta debe ser nutrida; el viento u otros
accidentes podrán torcerla. Pero el crecimiento es único, la configuración es única, el fruto es
único. Todas las manzanas son semejantes, pero no hay dos que sean iguales. Pero no es eso
solo; el genio es el árbol que produce el fruto desconocido, las manzanas de oro de las
Hespérides. Pero Mayakovsky era un árbol que un año debía producir ciruelas de tamaño y
apariencias uniformes; algunos años más tarde, tenia que producir manzanas; y, más aún,
pepinos. ¡No es extraño que se haya quebrado bajo una tensión tan antinatural!
En la Rusia soviética, toda obra de arte que no sea simple, convencional y conformista, es
denunciada como “individualismo pequeño burgués”. El artista debe tener una finalidad, y
solamente una: suministrar al público lo que el público quiere. Las frases varían en Italia y en
Alemania, pero el efecto es el mismo. El publico es la masa indiferenciada del Estado
colectivista y lo que ese publico quiere -es lo que ha querido a través de historia- son melodías
sentimentales, copias de ciego, mujeres hermosas sobre las tapas de las cajas de chocolate:
todo lo que los alemanes llaman con la vigorosa palabra Kitsch.

Los marxistas pueden protestar que estamos prejuzgando sobre el resultado de un
experimento. Las artes deben volver a una base popular y desde esa base, por un proceso de
educación, serán elevadas a un nuevo nivel universal, tal como el mundo no ha conocido aún.
Es claramente concebible un arte tan realista y lírico, digamos, como Shakespeare, pero libre
de esas oscuridades e idiosincrasias personales que echan a perder la perfección clásica de
sus dramas; o un arte tan clásicamente perfecto como el de Racine, pero más intimo y más
humano; el fondo de Balzac unido a la técnica de Flaubert. No podemos afirmar que la tradición
individualista que ha producido a esos grandes artistas, haya alcanzado las más altas cúspides
del genio humano. ¿Pero hay acaso en la historia de cualquiera de las artes hay alguna prueba
de que obras de esa calidad extraordinaria pudieran ser producidas de acuerdo con un
programa? ¿Hay alguna prueba de que la forma y la finalidad de una obra de arte pueden ser
predeterminadas? ¿Hay alguna evidencia de que el arte en sus más altas manifestaciones
pueden apelar, más que a una minoría relativamente pequeña? Incluso si admitimos que el
nivel general de la educación podrá ser elevado hasta el punto de que no haya excusa para la
ignorancia, ¿no será compelido el genio del artista, por este mismo hecho, a buscar aún más
altos niveles de expresión?

En la U. R. S. S. el artista es clasificado como un trabajador. Todo eso está bien, pues el
privilegio social del artista nada tiene que ver con la calidad de su obra y aún puede ser
dedicadamente perjudicial para ésta. Pero construye una fundamental incomprensión de la
facultad de creación, si el artista es tratado como cualquier otro tipo de productor y obligado a
rendir producción en un tiempo especificado. La vena de la creación o inspiración se extingue
rápidamente bajo ese régimen de dureza. Esto ha de ser evidente. Lo que no es tan evidente es
que las leyes de la oferta y la demanda en arte son muy diferentes que las que rigen en
entretenimiento y también se puede admitir que entonces se trata de la cuestión de ofrecer un
artículo popular de tipo especificado. Pero, mientras vamos a un entretenimiento para
distraernos, para olvidar un par de horas nuestra rutina diaria, para escapar de la vida, nos
volvemos hacia la obra de arte de modo muy diferente. Para expresarlo cruda, pero
vigorosamente, p’ara ser levantados en vilo. El poeta, el pintor o el músico, si es algo más que
creador de diversiones, es un hombre que nos lleva hacia una alegre o trágica interpretación del
sentido de la vida; que predice nuestro destino humano o que celebra la belleza o la
significación de la naturaleza que nos rodea; que crea en nosotros el asombro y el terror de lo
desconocido. Tales cosas sólo pueden ser hechas por alguien que posee una sensibilidad
superior y un profundo conocimiento interior. De alguien que en virtud de sus dones naturales
se mantiene alejado de la masa, no ya por desdén, sino simplemente porque sólo ejercer sus
facultades desde cierta distancia, en la soledad. Los momentos de la creación son silenciosos y
mágicos, un trance o arrobamiento durante el cual el artista se halla en comunión con fuerzas
que subyuguen el plano habitual de la emoción y el pensamiento. He ahí algo del hombre de
acción, el político y el fanático no pueden comprender. Esto suele reprobar al artista y le obligan
a entrar en el tumulto de las actividades prácticas, donde sólo podrá producir mecánicamente,
de acuerdo con moldes intelectuales predeterminados. En tales condiciones no puede
producirse una obra de arte, sino sólo una estéril y deleznable apariencia de lamisca. Obligado
a producir en tales circunstancias el más sensitivo caerá en la desesperación. In extremis, como
en el caso de Mayakovsky, apelara al suicidio.

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